El mago Macron busca un nuevo truco: Ganar con el voto de quienes le detestan

El presidente francés, Emmanuel Macron, es un mago de la política que busca un último truco en las elecciones presidenciales del domingo: continuar en el poder gracias a los votos de muchos de sus compatriotas que le detestan.

Tras batir todos los récords en 2017, al ser el más joven en llegar a la Presidencia, con 39 años, y además con una mínima experiencia política y sin el apoyo de un partido fuerte, Macron entró en el Elíseo para iniciar una aventura inédita.

Cinco años después y tras un mandato muy discutido, si gana esta última apuesta se convertirá en el primer presidente francés reelegido desde 2002, cuando lo consiguió el conservador Jacques Chirac.

Además, sería también el primer jefe del Estado desde la época del general De Gaulle que logra continuar en el puesto mientras tiene una mayoría parlamentaria, lo que supone todo un hito en un país donde la población no suele guardar cariño hacia sus gobernantes.

Tras la primera vuelta del 10 de abril, Macron y su equipo escucharon cómo muchos votantes de otros contrincantes manifestaban hartazgo por verse en el dilema de que, para frenar a la extrema derecha, debían votar de nuevo a un presidente cuyas políticas no les gustan y en muchos casos detestan.

A principios de abril, los franceses estaban más insatisfechos que satisfechos de su gestión (58 a 42 % según una encuesta).

Se trata de un resultado acorde con un mandato tormentoso, marcado por crisis sucesivas (la protesta violenta de los “chalecos amarillos”, la pandemia y ahora la guerra de Ucrania) y por la imagen que muchos franceses tienen de su presidente como un hombre elitista y arrogante con políticas liberales.

Visto que cada vez está más resquebrajado el llamado “frente republicano”, el cordón sanitario que busca frenar desde hace dos décadas que la extrema derecha alcance cuotas de poder en ayuntamientos, regiones o a nivel nacional, Macron entendió que apelar otra vez a una cruzada anti Le Pen podría no ser suficiente.

EN BUSCA DEL VOTANTE DE IZQUIERDA

Por ello, emprendió en las dos últimas semanas un nuevo giro: ha visitado sobre todo zonas en las que ganó el líder izquierdista Jean-Luc Mélenchon, para insistir en sus propuestas sociales y ecologistas.

Y, más allá de los mítines, que además tampoco congregan a muchos fieles, se ha empleado a fondo en discusiones de calle con ciudadanos, en las que aprovecha su capacidad de debate para intentar ganarse a quienes -con frecuencia- le hacen reproches o le plantan cara. Su objetivo, escuchar mejor a la gente.

Si el domingo gana, será un hito más en la peculiar y exitosa carrera política de este hombre, nacido en Amiens (norte) en 1977 de una pareja de médicos que lleva lo inusual hasta a su vida personal: está casado con una mujer 24 años mayor (Brigitte, una antigua profesora suya) y no tiene hijos.

Estudió Ciencias Políticas en la famosa universidad Sciences Po y luego, como gran parte de la élite francesa, pasó por la inevitable Escuela Nacional de Administración (ENA), un semillero de altos cargos de gran nivel pero a menudo criticada por su elitismo.

Entró directamente en la Administración del Estado, en la que debutó en 2004 en el organismo de inspección fiscal (IGF) realizando análisis sobre el fraude impositivo y estudios sobre el crecimiento económico.

Tras cuatro años en el sector público, pasó a trabajar en la banca de negocios, nada menos que con Rothschild, donde ascendió rápidamente.

Después de coquetear con algunas pequeñas formaciones de izquierda moderada, fue miembro del Partido Socialista entre 2006 y 2009 e intentó ser candidato a la Asamblea Nacional en las legislativas de 2007 por su distrito de origen, pero los militantes prefirieron a otro aspirante.

La elección del presidente socialista François Hollande, en 2012, le catapultó de vuelta a la función pública, nada menos que como secretario general adjunto del Elíseo, en la auténtica “cocina del poder”.

Dejó el puesto en mayo de 2014 pero apenas cuatro meses después fue nombrado ministro de Economía, el más joven en el cargo tras Valéry Giscard d’Estaing (otro futuro presidente) en 1962.

Tras un mandato muy controvertido, con acusaciones de demasiado liberalismo y poco socialismo, dimitió en agosto de 2016. Pocos meses antes había creado su propio partido (En Marcha, rebautizado después como La República en Marcha, LREM), del que aseguraba que no era “ni de derecha ni de izquierda”.

A partir de ahí, y ante el desgaste acelerado de Hollande y sus sucesivos Gobiernos y la falta de contrincantes de auténtico peso en otros partidos moderados, quedó evidente su objetivo de lanzarse a por el Elíseo.

Ganó la primera vuelta electoral de 2017 y luego aplastó a la ultraderechista Marine Le Pen por un 66,1-33,9 %.

Ahora, los sondeos coinciden en que volverá a ganar, aunque por un margen mucho más estrecho (unos 10-12 puntos). Pero habrá logrado ese último truco.

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EFE

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