El papa Francisco escarba en la intimidad de sus recuerdos “a través de la Historia” en su autobiografía, desde la Segunda Guerra Mundial hasta su elección como pontífice en 2013 o la pandemia de la covid-19, pasando por la dictadura militar en Argentina, que fue “algo diabólico”.
“Quizás no hice lo suficiente por ella”, dice sobre Esther, su jefa en el laboratorio en el que trabajaba cuando era joven, a la que el régimen militar torturó y asesinó lanzándola desde un avión, algo por lo que el papa Francisco aún se lamenta en “Vida. Mi historia a través de la Historia” (Harper Collins, 2024), que se publica este miércoles en España.
En estas memorias, el papa desnuda su corazón y busca “dirigirse a los más jóvenes, para que no se cometan los errores del pasado”, explica a EFE Fabio Marchese, coautor del libro que comenzó a escribirse en abril de 2023 y que el vaticanista italiano ha completado con reuniones, llamadas telefónicas y correos electrónicos con el pontífice.
De la II Guerra Mundial a la covid-19
Dividido en 14 capítulos, el papa Francisco realiza en el libro un viaje temporal que parte desde el estallido de la II Guerra Mundial, cuando el pequeño Jorge Mario Bergoglio tenía tres años, y recorre acontecimientos importantes como el Holocausto, la Guerra Fría, la llegada del hombre a la Luna o la caída del Muro de Berlín.
Su papel como superior de los Jesuitas durante el golpe de Estado militar en Argentina del 24 de marzo de 1976 es uno de los hechos que recuerda con “más emoción”, según Marchese, un periodo que le supuso acusaciones por una supuesta connivencia con el régimen por las que incluso tuvo que declarar en un juicio en 2010.
“Al final me informaron de que no había nada en mi contra, y me declararon inocente”, explica el papa Francisco, que también asegura: “Después, algunas personas me confiaron que el Gobierno argentino de entonces había intentado por todos los medios echarme la soga al cuello, pero que al final no encontraron pruebas porque estaba limpio”.
El papa Francisco llegó incluso a oficiar misa ante Videla gracias a “una artimaña” para interceder por la liberación de dos jesuitas secuestrados y torturados durante meses: “La dictadura es algo diabólico, lo vi con mis propios ojos (…) ¡Fue un genocidio generacional!”.
Bergoglio también recuerda lo que supuso la pandemia del covid-19 en su vida por no poder consolar a los enfermos: “¡Cuánto me habría gustado visitar las residencias y haber escuchado las historias de los ancianos que estaban viviendo aislados durante meses!”.
Nombres propios
El papa destaca muchos nombres propios que marcaron su vida, comenzando por su abuela Rosa, una inmigrante italiana del Piamonte (norte) que el pontífice erige como “figura fundamental” para su “desarrollo y educación”.
Y también el de Esther, su jefa en el laboratorio en el que trabajaba cuando era joven, una “comunista de las de verdad, atea, pero respetuosa”, a la que el régimen torturó y asesinó lanzándola desde un avión.
“Con otros chicos secuestrados logré hacer algo, les fui de utilidad; sin embargo, con Esther (…) no conseguí nada, a pesar de tanto insistir a quien seguramente podría haber intervenido. Quizá no hice lo suficiente por ella”.
En el libro, el pontífice también deja espacio para mostrar su opinión sobre otras personalidades como Juan Pablo II, Benedicto XVI, el presidente argentino Javier Milei, el húngaro Viktor Orban o incluso Hitler, un racista “elevado a la enésima potencia”.
El Francisco más humano
El pontífice muestra su lado más humano, alejado de las reflexiones teológicas y con referencias a temas ajenos a la religión, como el fútbol o sus relaciones personales durante su juventud con su novia o sus amigos.
“El recuerdo más feliz del papa es el momento en el que Argentina ganó la copa del Mundo en el 86”, asegura Marchese y aunque no la vio por televisión, si pudo preguntarle años después a Diego Maradona en el Vaticano cuál era “la mano incriminada” en el famoso gol del astro argentino en la final bautizado como “la mano de Dios”.
El pontífice no esconde sus sentimientos. Habla sin tapujos de las lágrimas que le produjeron los atentados del 11 de septiembre en el World Trade Centre de Nueva York o del periodo “de oscuridad” durante su ‘exilio’ en los 90 en un convento de la provincia argentina de Córdoba.
Pero también recuerda con felicidad su infancia en familia, los partidos del San Lorenzo de Almagro, su equipo; la alegría de su ordenación sacerdotal y la sorpresa que vivió en el cónclave de su elección, el 13 de marzo de 2013.
A sus 87 años, Francisco afronta la recta final de su pontificado con la mirada puesta en “abandonar la rigidez de la Iglesia” para abrirla aún más a colectivos históricamente repudiados y sin plantearse una renuncia a la sede petrina (solo por “un grave impedimento físico”) con la que tanto se ha especulado en el último año.
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EFE