Dentro de una UCI de Brasil, la última trinchera contra el coronavirus

La UCI del Hospital de M’Boi Mirim, en un suburbio de Sao Paulo, parece un escenario de guerra. Está abarrotada de enfermos con covid. Los hay de todas las edades. Una legión de sanitarios corre para no perder a ninguno de ellos en este pulso a vida o muerte en el epicentro global de la pandemia: Brasil.

El pitido constante de los electrocardiogramas se intercala con el silbido de las bombonas de oxígeno pasando por los respiradores.

Los pacientes que no están sedados tienen la mirada perdida o se agarran con un par de dedos al quitamiedos de la camilla. Una señora de mediana edad frunce el ceño con sufrimiento y parece que intenta decir algo con la vista puesta en el techo.

No queda ni un solo lugar libre de las 90 camas de terapia intensiva que tiene este hospital público municipal situado en la zona sur de Sao Paulo y administrado por el Hospital Israelita Albert Einstein.

“Ahora estamos pasando por el peor periodo. Los casos parecen que son más graves que el año pasado”, afirma a Efe la médica intensivista Tatiana Scanavachi, de 37 años. Recientemente ampliaron el número de camas UCI y ya están llenas de nuevo.

“Estamos con el 100 % de nuestras UCIs ocupadas”, sentencia Scanavachi. La Alcaldía de Sao Paulo anunció este viernes la instalación de 100 camas UCI más en este hospital para atender la alta demanda de la región.

Es el retrato de un Brasil al borde de un colapso sanitario nacional y que esta última semana se ha convertido en el país que más contagios y muertes de coronavirus registra a diario, por delante incluso de Estados Unidos.

En los tres últimos días el país ha sumado más de 70.000 positivos y 2.200 fallecidos por día asociados a la covid. Los profesionales sanitarios del M’Boi Mirim no son nada optimistas con el escenario a corto plazo.

CAOS EN LA SALA DE EMERGENCIAS

La tensa calma de las alas A, B y C de terapia intensiva desaparece de un plumazo al cruzar la puerta amarilla de la sala de emergencias.

Aquí tiene lugar la primera toma de contacto entre paciente y médico. El ritmo es vertiginoso. Los médicos, enfermeros y auxiliares van de un lado a otro, haciendo pruebas sobre la marcha y estabilizando de urgencia, si es necesario.

El compás de los electrocardiogramas es más acelerado.

Brasil sufrió en 2020 su mayor retracción en 25 años, según proyecciones

“Local de atención máxima. Por favor, no interrumpa al profesional”, reza un cartel en letras rojas y blancas.

Dos camillas vacías están atravesadas en medio de este espacio.

André Vicente, enfermero senior de 39 años, manda a sus colegas llevarlas a una parte de la sala denominada “Unidad de decisión clínica”.

Antes de la pandemia, en ese rincón había butacas pero la covid les ha obligado a instalar más camas de terapia intensiva, señala Vicente.

ENFERMOS MÁS JÓVENES, ¿EFECTO DE LA NUEVA VARIANTE BRASILEÑA?

La doctora Scanavachi explica que en esta segunda ola, que viene creciendo sin parar desde finales de noviembre, están llegando a la UCI más jóvenes, algunos de ellos sin patologías previas. Este viernes llegó incluso un bebé con sospecha de covid, según constató Efe.

También cree que, en general, los cuadros son más graves y la evolución hacia la insuficiencia respiratoria es “mucho más rápida”.

Este empeoramiento coincide con la expansión de la cepa originaria de Manaos (P.1), en la Amazonia brasileña, considerada más infecciosa y ya dominante en la zona metropolitana de Sao Paulo.

“Necesitaríamos un estudio genómico para poder identificarla, pero por su alto grado de transmisibilidad, tenemos la impresión de que hay muchos pacientes ya con esa variante”, advierte.

En las camas de algunos de los enfermos está escrito un cartel con la frase “manipulación mínima”. Son los más delicados de todos.
Aquellos a los que apenas se les puede mover de su posición, pues de hacerlo podrían llegar a sufrir una parada cardiaca o un descenso drástico en sus niveles de saturación de oxígeno. Vidas pendientes de un hilo.

SENTIMIENTO DE IMPOTENCIA ENTRE LOS SANITARIOS

Con ellos, la atención es redoblada aunque es difícil que se les escape algo a la marea de profesionales sanitarios que trabajan en en el M’Boi Mirim, un equipo multidisciplinar en el que también hay nutricionistas y fisioterapeutas.

Aunque la pandemia también les ha pasado factura a todos ellos, emocional y físicamente. Después de un año están baldados y aún parece que queda un largo camino hasta recuperar la normalidad.

“Estamos exhaustos y de repente salimos de la guardia, después de estar luchando” y “vemos locales totalmente llenos, personas andando sin mascarilla y queda esa sensación de impotencia”, confiesa a Efe la enfermera Priscila Brás, de 35 años. Su jornada de trabajo es de 12 horas diarias.

“Hay días en los que uno sale pensando tipo ‘luchamos, luchamos’ y parece que no fue suficiente, que nuestra fuerza no fue suficiente”, añade.

Tatiana Scanavachi, por su parte, ya acepta con naturalidad el hecho de estar disponible las 24 horas del día para el resto de sus compañeros. “Desconectar es una palabra que no cabe en este momento”, subraya, aunque revela que aún se emociona cuando llega a casa y no puede dar de primeras un abrazo a su hijo pequeño.

Afortunadamente, todo el personal sanitario del M’Boi Mirim ya está vacunado. Por el camino, muchas pérdidas.

En todo Brasil, al menos 470 profesionales del área de la salud han fallecido por covid-19 desde la irrupción de la pandemia en el país, hace poco más de un año, según datos del Ministerio de Salud.

EFE

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