La diversidad de la microbiota de los TEA podría deberse a su alimentación

No es unánime pero la mayoría de científicos cree que el trastorno del espectro autista (TEA) podría estar causado, en parte, por la composición de la microbiota intestinal pero ahora un nuevo estudio sugiere lo contrario: que la diversidad de microbios en el intestino de estas personas puede ser resultado de sus preferencias dietéticas.

Se sabe que la composición de la microbiota intestinal de las personas con autismo es distinta porque ciertos tipos de microbios son más comunes en su intestino y también que estas personas, especialmente los que tienen problemas con el procesamiento de los sentidos, suelen tener una alimentación restrictiva o limitada en nutrientes.

A partir de esa información, los autores del estudio, que se publica este jueves en la revista Cell, analizaron las diferencias del microbioma de 247 niños, el mayor estudio que se ha hecho para determinar la relación entre los microbios en el intestino y trastornos como la ansiedad, la depresión, la esquizofrenia o el autismo.

“Hay mucho interés en el papel del microbioma intestinal en el autismo, pero no hay información sólida”, explica el autor principal, Jacob Gratten, de Mater Research, el centro que ha liderado el estudio junto a la Universidad de Queensland en Brisbane (Australia).

Los autores utilizaron muestras de heces de 247 niños de entre 2 y 17 años (99 diagnosticados con TEA, 51 hermanos no diagnosticados y 97 sin relación familiar con los otros niños y sin diagnóstico), procedentes del Biobanco Australiano de Autismo y del Proyecto Cerebro Gemelo Adolescente de Queensland.

Analizaron las muestras mediante secuenciación metagenómica, que examina el genoma completo de las especies microbianas y proporciona una representación más precisa de la composición del microbioma que el análisis 16S, una técnica utilizada en muchos de los estudios que vinculan el microbioma con el autismo.

“También tuvimos en cuenta la dieta en todos nuestros análisis, junto con la edad y el sexo” y “diseñamos nuestro estudio con dos grupos de comparación, dado que el microbioma se ve fuertemente afectado por el entorno”, advierte la primera autora, Chloe Yap, estudiante de doctorado que trabaja con Gratten.

Basándose en su análisis, los investigadores encontraron pruebas limitadas de una asociación directa del autismo con el microbioma pero sí constataron que el diagnóstico de autismo se asociaba con una dieta menos diversa y de peor calidad.

Además, el grado de algunos rasgos autistas como los intereses restringidos, las dificultades de comunicación social y la sensibilidad sensorial, la cantidad de genes afectados para el TEA y los comportamientos impulsivos, compulsivos o repetitivos también estaban relacionadas con una dieta menos diversa.

“En conjunto, los datos apoyan un modelo sorprendentemente simple e intuitivo, según el cual los rasgos relacionados con el autismo promueven preferencias dietéticas restringidas, lo que, a su vez, conduce a una menor diversidad del microbioma y a unas heces más diarreicas”, concluye Yap.

Los investigadores reconocen que el trabajo tiene varias limitaciones (como que no se pueden descartar las contribuciones del microbioma antes del diagnóstico de TEA, posibles efectos por antibióticos o medicamentos tomados antes de la recogida de heces, o la falta de conjuntos de datos comparables para confirmar o refutar los resultados).

Sin embargo, esperan que sus hallazgos animen a otros investigadores del autismo a recopilar metadatos de manera rutinaria para hacer estudios que tengan en cuenta factores hasta ahora infravalorados pero “potencialmente importantes como la dieta”, afirma Gratten.

“Nuestros resultados también ponen el foco en la nutrición de los niños diagnosticados con autismo, que es un factor clínicamente importante (pero poco reconocido) que contribuye a la salud y el bienestar general”, concluye.

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EFE

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