Científicos aprovechan la pandemia para hacer un mapa del sonido de los mares

Un grupo internacional de científicos quiere aprovechar la pausa en las operaciones marítimas que la pandemia causó en la primera mitad de 2020 para estudiar los efectos del ruido producido por las actividades humanas en la vida marina.

Para ello, los expertos emplearán los sonidos captados por centenares de hidrófonos (micrófonos submarinos) distribuidos por todo el mundo para analizar los efectos del ruido de los motores de embarcaciones o de la colocación de pilones submarinos para granjas de turbinas eólicas.

“Esa información combinada con otras herramientas y métodos de vigilancia de la vida marina nos ayudará a revelar la dimensión del impacto sobre las especies oceánicas del ruido de los mares en el Antropoceno”, explicó a Efe Jesse Aussubel, director del programa para el Medio Ambiente Humano de la Universidad Rockefeller (EE.UU.) y el creador del proyecto.

EL RUIDO MARÍTIMO DEL ANTROPOCENO

Antropoceno es el nombre de la época geológica que ha sido propuesto por parte de la comunidad científica para identificar el impacto de las actividades humanas en los ecosistemas terrestres.

Una de las consecuencias de la reducción del ruido al inicio de la pandemia es la mejora de la comunicación de los animales, especialmente entre los mamíferos marinos.

Los datos para sacar adelante el mapa sonoro de los mares del Antropoceno proceden de 231 hidrófonos civiles que el grupo de científicos identificó en febrero de 2021 y que recogen sonidos para todo tipo de investigaciones.

Edward Urban, uno de los principales científicos del Experimento Internacional de Océanos Silenciosos, un programa creado en 2015, dijo a Efe que, aunque de momento solo algunos de los investigadores que controlan esos hidrófonos han aceptado compartir sus datos, se espera que el número aumente y que se pueda llegar a contar con las aportaciones de hasta 500 micrófonos submarinos.

“Tenemos la suerte de que en los últimos cinco años se han colocado un gran número de hidrófonos, con lo que han estado en funcionamiento y grabando sonidos durante la peor parte de la pandemia el año pasado, cuando más disminuyó la actividad humana”, explicó Urban.

UN DESCENSO DEL RUIDO CERCA DE VANCOUVER

Urban añadió que una investigación publicada el año pasado sobre la actividad del puerto de Vancouver (Canadá) constató el declive del ruido registrado por hidrófonos en las cercanías de la ciudad canadiense durante el inicio de la pandemia, pero que no hay información del efecto de esa reducción en los animales.

Para promover la cooperación, el grupo de científicos lanzó hoy MANTA, un nuevo software desarrollado por la Universidad de Nuevo Hampshire (EE.UU.), que crea un formato estándar de los archivos de sonido capturados por los hidrófonos.

“Esperamos que en los próximos años, con una creciente red de hidrófonos, tengamos información real sobre los sonidos en los océanos que pueda ser vinculada a observaciones del comportamiento de los animales. Aprenderíamos mucho”, dijo Aussubel.

Urban agregó que espera que los datos del “período punta” de la pandemia demuestren que los animales se comunicaron entre ellos más.

Tras los atentados de septiembre de 2001 en EE.UU., que obligaron al cierre de los espacios aéreos de este país y Canadá, y a la cancelación de miles de vuelos durante tres días, los científicos llevaron a cabo un estudio similar en los cielos de Norteamérica.

Y es que los ataques terroristas ofrecieron una oportunidad única para estudiar el espacio aéreo en Norteamérica sin los efectos que generan los miles de aviones que a diario circulan por los dos países, y más en concreto sobre las estelas de condensación que dejan los aparatos que funcionan a reacción.

Con los datos recabados durante esos tres días de parón aéreo, expertos de la Universidad de Wisconsin concluyeron que las estelas de los aviones de reacción reducen la diferencia de temperaturas entre el día y la noche: por el día, cubren parte de la superficie terrestre y reflejan la luz solar y por la noche retienen calor que de otra forma escaparía al espacio.

EFE

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