Una película que es un regalo para el pueblo de Somalia y para África

La madre de Khadar Ayderus Ahmed lloró sin parar durante los cerca de noventa minutos que dura la película dirigida por su hijo, “La mujer del sepulturero” (2021) -la primera que Somalia presenta a los Óscar-, probablemente por ser el primer filme que veía enteramente rodado en su idioma.

“Hice esta película para los somalíes, para que se vean representados de una manera a la que no están acostumbrados”, explica sonriendo Ahmed (Mogadiscio, 1981) en una entrevista virtual con Efe desde Helsinki, a donde emigró con su familia en su adolescencia.

Una historia de amor y el drama causado por una enfermedad crónica que requiere una operación demasiado cara: la premisa inicial del filme rompe con las expectativas que sugiere en el público internacional -o, como mínimo, occidental- cualquier película asociada a Somalia.

Desde “Captain Phillips” (2013) -sobre el secuestro de un buque por piratas somalís en aguas del Índico – hasta “Black Hawk derribado” (2001) -acerca de dos helicópteros estadounidenses abatidos en Mogadiscio en 1993 a manos de un señor de la guerra en plena contienda civil- la mayoría de los filmes sobre esta nación del Cuerno de África relatan episodios de guerra y muerte.

Según el director, “cada película que se ha hecho sobre Somalia, se ha narrado desde la perspectiva occidental”.

“Como somalí, jamás pude identificarme con ninguno de esos personajes, así que deseaba mucho escribir la historia sobre cómo fui criado, con amor, compasión, dignidad y ternura”, explica Ahmed.

UNA HISTORIA DE AMOR

Situado en la nación vecina de Yibuti -con profundos vínculos culturales e históricos con Somalia-, el filme se acerca a las vidas de Guled (interpretado por Omar Abdi), un sepulturero; su mujer Nasra (Yasmin Warsame), afectada de una grave infección renal; y su hijo pequeño, Mahad (Kadar Abdoul-Aziz Ibrahim).

Todos sin experiencia profesional previa como actores y de origen somalí (o yibutiano en el caso de Ibrahim, a quién Ahmed reclutó en un colegio del país).

Irónicamente, Guled pasa sus días esperando la muerte de otros para ganarse la vida, sentado junto a sus compañeros sepultureros bajo el sol inclemente, a las puertas de un hospital donde no llegan suficientes ambulancias para darles trabajo a todos.

Ahmed construye un mosaico de diálogos íntimos, en la sonoridad tajante pero musical de la lengua somalí -que tiene hablantes en Somalia, Eritrea, Etiopía, Kenia y el propio Yibuti, donde es una de las más usadas por la población-, creando una historia tan particular como universal: solo su pueblo la entenderá pero cualquier persona la puede llorar y reír.

A ese mismo hospital donde Guled aguarda cuerpos para poder enterrarlos, el sepulturero tiene que llevar regularmente a su esposa para que la traten por la infección crónica de riñón que padece.

Mahad y su padre emprenderán su propia gesta personal para lograr el dinero necesario para salvar la vida de Nasra.

Aunque esto no impide a la pareja hacer planes de futuro, no aparecen en sus sueños Europa y sus promesas de prosperidad económica, que tantas veces acaban en sentencias de muerte.

“Mis tías, mis primos, mis vecinos, jamás soñarían con ir a Europa. Nasra lo dice en la película: quieren viajar por África. Nacieron y viven en África y quieren morir allí”, apunta Ahmed.

UN PROCESO DE DIEZ AÑOS

La idea para esta película -primer largometraje del cineasta somalí- asaltó por primera vez a Ahmed hace diez años, cuando tuvo que hacerse cargo de la complicada preparación del funeral por la muerte de su sobrino.

El director recordó entonces lo sencillo que resultaban estos trámites durante su infancia, gracias a la figura anónima y muda en su memoria del enterrador.

“Me impresionaron estos sepultureros porque recordé que siempre pasaba caminando a su lado, frente al hospital de camino a la escuela, pero jamás me detuve para fijarme en ellos”, rememora.

El personaje de Guled “persiguió” durante semanas a Ahmed pero él se resistía -admite- reticente a abrir la puerta a todos los recuerdos de su Mogadiscio natal o de la región somalí de Etiopía -también llamada Ogaden-, a la que se trasladaron cuando la guerra civil se desató en Somalia en 1991, para después migrar a Finlandia cuando tenía 16 años.

Sin experiencia como director en ese momento pero convencido de que solo un somalí podía explicar una historia como esta, Ahmed pasó los siguientes años formándose a través de otros proyectos antes de reescribir el guión en 2015, grabando finalmente en 2019.

“La mujer del sepulturero” -una coproducción alemana, francesa, somalí y finlandesa- se proyectó en Mogadiscio el pasado noviembre, apenas dos meses después de que el cine regresara al país, con la emisión en septiembre de la primera película en tres décadas en el Teatro Nacional de Somalia.

Desde su estreno en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes, el filme ha cosechado numerosos éxitos en todo el mundo, coronándose ganador de la 27ª edición del Festival Panafricano de Cine y de Televisión de Uagadugú (FESPACO) -el mayor festival de cine de África- y logrando uno de los galardones del Festival de Cine Internacional de Toronto (TIFF), entre muchos otros.

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EFE

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